miércoles, 12 de junio de 2013

Tacones de aguja -introducción

Tacones de aguja


dedicado aquella bailarina que calmo mis noches, tu sabes quién eres tacones de aguja


Aun recuerdo la noche en la que conocí a Salma, llevaba un vestido rojo   con hombros descubiertos y unos tacones de aguja color negro, yo ,aparte de mi gabardina negra  en aquella
ocasión lucía varios moratones y una camisa de rayas la cual servía como saco de boxeo para que dos tipos a los cuales interrumpí su intento de violación hacia la mujer mencionada se desahogaran, ese era posiblemente mi mayor defecto, ser el caballero que socorre a la dama en apuros, la cual me devolvió el gesto huyendo calle abajo sin mirar atrás. Fue un derechazo en la mandíbula  por parte del más grande de aquellos dos sujetos el que me hizo perder el conocimiento. Así comienza esta historia, una belleza dejándome a mi suerte y una oscuridad aliñada con silencio, supongo que a si es como deben morir todos los perros callejeros.

No sé cuánto tiempo trascurrió, un olor a café recién hecho me despertó, tenía el cuerpo vendado y apenas podía moverme, observé a mí alrededor, me encontraba en un pequeño piso, quizás era un tercero, se componía de una habitación con un armario de caoba con un tallado exagerado, la cama donde me encontraba y a mi derecha la entrada y otro habitáculo de donde procedía  aquel olor a café.
-Vaya te has despertado, pensé que no lo contabas-Me contestó con una voz suave y calmada mientras se encendía un cigarrillo y miraba por la diminuta ventana. Mis pensamientos se detuvieron y abriendo los ojos con un gran cansancio la examiné, se trataba de Salma,
las misma mujer por la que me había jugado la vida, había regresado para como ángel  salvador rescatarme de un triste final.
-¿Dónde estoy?- pregunté mientras me incorporaba en el cabecero sin poder dejar de mirarla, pero ella seguía atenta a la calle donde había comenzado a llover.
-Estas en la avenida de Farrus, llevas tres días inconsciente , dale gracias al doctor Law, me debía un favor –Me explicó mientras daba una calada a su cigarrillo y se acercaba ofreciéndome una taza de café  y una sonrisa con aquellos labios color rojo manzana que contrastaban con su piel blanca y hacían juego con su cabello, en mi vida me he cruzado con muchas mujeres pero esta era sin duda la única que no podría olvidar de mi mente, sus curvas y  sus pechos firmes  mas esa elegancia al moverse la hacían una dama de una sensualidad que abandonaba la vulgaridad de otras y superaba la elegancia de las mujeres adineradas de los Pinares de Waldon.
-De nada princesa-Respondí con un tono irónico  mientras sobrevivía al dolor por tomar aquella taza de café , su rostro cambio y su sonrisa se volvió seria.
-No te pedí que acudieras a mi ,no te debo nada , sabría salir de aquello por mi misma- Con aquellas palabras tan duras como los golpes que recibí la noche de nuestro encuentro me dio la espalda y volvió a mirar por la ventana.
Estaba preocupada, pero no por mi sino por ella misma, ya había visto ese tipo de preocupación en la guerra, jóvenes apostados en las trincheras esperando al enemigo, ¿Enemigo? Corrijo, a la muerte. Me termine de incorporar aun con bastante dolor hasta conseguir sentarme en el borde de la cama.
-¿Qué querían mis nuevos amigos de ti?- pregunté sin titubear y dando un sorbo aquel café que aunque bueno estaba algo dulce para mí.
-Le debo dinero a un tipo , venían a cobrarse nada mas- respondió girándose y dando una calada a su cigarrillo con un gesto que invitaba al pecado, normalmente soy un tipo frio, las mujeres no consiguen manejarme ni ponerme nervioso, pero esta mujer era distinta, tenía algo, con pocas palabras decía mucho y con sus gestos lo insinuaban todo sin ser vulgar y ese andar tan elegante con los tacones de aguja ¿Amor? no lo creo al menos no del tipo corriente, claro está yo no era un tipo corriente tampoco.
-Si puedes levantarte puedes irte-Exclamó acercándose hacia mí y sacándome de mis pensamientos, le hice un gesto para que me pasara un cigarrillo, me entrego el suyo y mis labios pudieron saborear algunos restos de su carmín.
-Gracias princesa por todas las molestias-Respondí mientras me enfundaba los zapatos los cuales encontré relucientes para mi sorpresa.
-Gracias a ti Samuel Laurent Hoter-Contestó clavándome la mirada y ofreciéndome una sonrisa amplia sin enseñar los dientes, poseía unos ojos verdes  casi felinos , todo en ella era perfecto e  inteligente.
-Supongo que has registrado mi cartera-Pregunté mientras me colgaba la gabardina y comprobando que en su bolsillo interior aun estuvieran mi cartera y mi petaca.
-Tranquilo no te he robado, solo tenía que saber qué tipo de hombre metía en mi casa-Dijo mientras volvía acercarse a la ventana, era demasiado templada pero eso me gustaba.
-¿Y qué has encontrado?-La curiosidad por lo que ella pensaba de mi crecía a cada instante en aquella habitación, no quería irme  pero la experiencia ya me había enseñado que este tipo de mujeres eran demasiado dañinas para el autoestima de los tipo de hombres como yo.
- Ex periodista, Ex soldado, Ex poli, detective-dio otra calada soltando el humo en mi dirección y continuo con su investigación.
-Demasiado vivido y demasiados oficios  en tan poco señor Samuel, ¿Una vida demasiado difícil?-Concluyó soltando esa pregunta  como una granada  que no consiguió explotarme, me acerqué  hasta la puerta dedicándole una última mirada.
-¿Acaso hay otro tipo de vida?-Con esa respuesta pensé que había ganado la conversación pero no era de la clase de persona que ganaba nunca nada, al poner un pie en la salida su mano de uñas perfectamente  cuidadas  me agarro de la gabardina, mis ojos  se cruzaron con los suyos , no sé qué ocurría pero  ya no poseían  ese fuego silencioso que entonaba seguridad y autosuficiencia , ya había visto esa mirada en otras ocasiones, era la desesperación de alguien que se encontraba sola en un mundo que no escogió, la puerta se cerró  y ambos sentimos el cálido contacto del otro en una de los días más lluviosos y fríos de mi vida.

Ahora  llaman a mi puerta y me conducen hasta el parque de las encinas cerca del sur de Lauri Street , el comisario  Jacob Lewenserter  levanta una manta  mostrándome  una mujer con el pecho reventado, seis balas descargadas a bocajarro, es ella, los forenses la reconocen como yo,  tendida en el suelo fría, inerte,  conservando  esa belleza pese a ser un cadáver en la verde hierba del lugar, hacia más de cinco meses que no sabía nada de ella, el comisario me comunica que en su bolso había una carta dirigida a mí, por eso me habían llamado, Jacob es un viejo conocido de la guerra, me hace algunas preguntas , por eso lo mando a la mierda y me marcho sin ningún problema, pocas cosas me hacían feliz en la vida, el café solo, el ron  acompañado de jazz y ella… ella conseguía que durmiera por las noches, sabia como callar mis temores, y ahora me la habían arrebatado. Volvió a llover y nunca sentí caer la lluvia tan fría como aquel maldito día.


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