Tacones de aguja
dedicado aquella
bailarina que calmo mis noches, tu sabes quién eres tacones de aguja
Aun recuerdo la noche en la que conocí a Salma, llevaba
un vestido rojo con hombros
descubiertos y unos tacones de aguja color negro, yo ,aparte de mi gabardina
negra en aquella
ocasión lucía varios moratones y una camisa de rayas la
cual servía como saco de boxeo para que dos tipos a los cuales interrumpí su
intento de violación hacia la mujer mencionada se desahogaran, ese era
posiblemente mi mayor defecto, ser el caballero que socorre a la dama en
apuros, la cual me devolvió el gesto huyendo calle abajo sin mirar atrás. Fue
un derechazo en la mandíbula por parte
del más grande de aquellos dos sujetos el que me hizo perder el conocimiento.
Así comienza esta historia, una belleza dejándome a mi suerte y una oscuridad
aliñada con silencio, supongo que a si es como deben morir todos los perros
callejeros.
No sé cuánto tiempo trascurrió, un olor a café recién
hecho me despertó, tenía el cuerpo vendado y apenas podía moverme, observé a mí
alrededor, me encontraba en un pequeño piso, quizás era un tercero, se componía
de una habitación con un armario de caoba con un tallado exagerado, la cama
donde me encontraba y a mi derecha la entrada y otro habitáculo de donde
procedía aquel olor a café.
-Vaya te has despertado, pensé que no lo contabas-Me
contestó con una voz suave y calmada mientras se encendía un cigarrillo y
miraba por la diminuta ventana. Mis pensamientos se detuvieron y abriendo los
ojos con un gran cansancio la examiné, se trataba de Salma,
las misma mujer por la que me había jugado la vida, había
regresado para como ángel salvador
rescatarme de un triste final.
-¿Dónde estoy?- pregunté mientras me incorporaba en el
cabecero sin poder dejar de mirarla, pero ella seguía atenta a la calle donde
había comenzado a llover.
-Estas en la avenida de Farrus, llevas tres días
inconsciente , dale gracias al doctor Law, me debía un favor –Me explicó
mientras daba una calada a su cigarrillo y se acercaba ofreciéndome una taza de
café y una sonrisa con aquellos labios
color rojo manzana que contrastaban con su piel blanca y hacían juego con su
cabello, en mi vida me he cruzado con muchas mujeres pero esta era sin duda la
única que no podría olvidar de mi mente, sus curvas y sus pechos firmes mas esa elegancia al moverse la hacían una
dama de una sensualidad que abandonaba la vulgaridad de otras y superaba la
elegancia de las mujeres adineradas de los Pinares de Waldon.
-De nada princesa-Respondí con un tono irónico mientras sobrevivía al dolor por tomar
aquella taza de café , su rostro cambio y su sonrisa se volvió seria.
-No te pedí que acudieras a mi ,no te debo nada , sabría
salir de aquello por mi misma- Con aquellas palabras tan duras como los golpes
que recibí la noche de nuestro encuentro me dio la espalda y volvió a mirar por
la ventana.
Estaba preocupada, pero no por mi sino por ella misma, ya
había visto ese tipo de preocupación en la guerra, jóvenes apostados en las
trincheras esperando al enemigo, ¿Enemigo? Corrijo, a la muerte. Me termine de
incorporar aun con bastante dolor hasta conseguir sentarme en el borde de la
cama.
-¿Qué querían mis nuevos amigos de ti?- pregunté sin
titubear y dando un sorbo aquel café que aunque bueno estaba algo dulce para
mí.
-Le debo dinero a un tipo , venían a cobrarse nada mas-
respondió girándose y dando una calada a su cigarrillo con un gesto que
invitaba al pecado, normalmente soy un tipo frio, las mujeres no consiguen
manejarme ni ponerme nervioso, pero esta mujer era distinta, tenía algo, con
pocas palabras decía mucho y con sus gestos lo insinuaban todo sin ser vulgar y
ese andar tan elegante con los tacones de aguja ¿Amor? no lo creo al menos no
del tipo corriente, claro está yo no era un tipo corriente tampoco.
-Si puedes levantarte puedes irte-Exclamó acercándose
hacia mí y sacándome de mis pensamientos, le hice un gesto para que me pasara
un cigarrillo, me entrego el suyo y mis labios pudieron saborear algunos restos
de su carmín.
-Gracias princesa por todas las molestias-Respondí
mientras me enfundaba los zapatos los cuales encontré relucientes para mi
sorpresa.
-Gracias a ti Samuel Laurent Hoter-Contestó clavándome la
mirada y ofreciéndome una sonrisa amplia sin enseñar los dientes, poseía unos
ojos verdes casi felinos , todo en ella
era perfecto e inteligente.
-Supongo que has registrado mi cartera-Pregunté mientras
me colgaba la gabardina y comprobando que en su bolsillo interior aun
estuvieran mi cartera y mi petaca.
-Tranquilo no te he robado, solo tenía que saber qué tipo
de hombre metía en mi casa-Dijo mientras volvía acercarse a la ventana, era
demasiado templada pero eso me gustaba.
-¿Y qué has encontrado?-La curiosidad por lo que ella
pensaba de mi crecía a cada instante en aquella habitación, no quería irme pero la experiencia ya me había enseñado que
este tipo de mujeres eran demasiado dañinas para el autoestima de los tipo de
hombres como yo.
- Ex periodista, Ex soldado, Ex poli, detective-dio otra
calada soltando el humo en mi dirección y continuo con su investigación.
-Demasiado vivido y demasiados oficios en tan poco señor Samuel, ¿Una vida demasiado
difícil?-Concluyó soltando esa pregunta
como una granada que no consiguió
explotarme, me acerqué hasta la puerta
dedicándole una última mirada.
-¿Acaso hay otro tipo de vida?-Con esa respuesta pensé
que había ganado la conversación pero no era de la clase de persona que ganaba
nunca nada, al poner un pie en la salida su mano de uñas perfectamente cuidadas
me agarro de la gabardina, mis ojos
se cruzaron con los suyos , no sé qué ocurría pero ya no poseían
ese fuego silencioso que entonaba seguridad y autosuficiencia , ya había
visto esa mirada en otras ocasiones, era la desesperación de alguien que se
encontraba sola en un mundo que no escogió, la puerta se cerró y ambos sentimos el cálido contacto del otro
en una de los días más lluviosos y fríos de mi vida.
Ahora llaman a mi
puerta y me conducen hasta el parque de las encinas cerca del sur de Lauri
Street , el comisario Jacob Lewenserter levanta una manta mostrándome
una mujer con el pecho reventado, seis balas descargadas a bocajarro, es
ella, los forenses la reconocen como yo,
tendida en el suelo fría, inerte,
conservando esa belleza pese a
ser un cadáver en la verde hierba del lugar, hacia más de cinco meses que no
sabía nada de ella, el comisario me comunica que en su bolso había una carta
dirigida a mí, por eso me habían llamado, Jacob es un viejo conocido de la
guerra, me hace algunas preguntas , por eso lo mando a la mierda y me marcho
sin ningún problema, pocas cosas me hacían feliz en la vida, el café solo, el
ron acompañado de jazz y ella… ella
conseguía que durmiera por las noches, sabia como callar mis temores, y ahora
me la habían arrebatado. Volvió a llover y nunca sentí caer la lluvia tan fría
como aquel maldito día.
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